miércoles, 15 de abril de 2020

Blas


Imagino que camino sin pausa. Me pongo los auriculares,  salgo sin ninguna dirección sólo avanzo en línea recta. 
Me miro, estoy vestida y no recuerdo cuándo elegí esta ropa, ahora que lo veo quizá habría elegido otro atuendo. Si esta salida es la última, tendría - pienso- que haberlo hecho mejor. 
La línea recta de mi casa, siempre termina en av. San Martín,  paradojas de vivir en la calle San Blas.
Blas se llamó mi perro de la niñez. Vuelvo a mirarme las manos, y está ahí. En fracción de segundos se hace presente. Es el fantasma de mi perro, que camina conmigo en la calle que lleva su nombre y que muchas veces imaginé.  
Todas las escapadas al infinito me dejan en el mismo lugar, el de la infancia.  Camino a su lado, como cuando salía de la escuela, sólo que ahora le cuento de aventuras más adultas.  Le digo que escribo que siempre pensé en hacerlo sobre él y que como una especie de justicia poética todo en mi lleva su nombre, como mi DNI.  Le cuento que el día que llegué creí que algo de él había planeado esto desde el cielo de los perros como cuenta la película. Damos una vuelta, le cuento quien soy hoy, que ya no soy la misma nena pero que a veces lloro igual. Sigo hablando hasta quedarme dormida abrazo un cúmulo de pelos que tiene su olor, y dejo caer  mi cuerpo en la profundidad del sueño. Cuando abro los ojos ya no está. Pero hoy como muchas veces me sacó a pasear para airear un poco, este encierro en soledad.   

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