domingo, 13 de marzo de 2016

El acueducto del cosmopolitismo latinoamericano.


Saben quien es, como son, pero prefiere callarlo.
Los cuerpos se distancian,  sus rasgos se asemejan.
Los pelos crispados,
pieles que aunque pálidas
se saben morenas.

Las marcas del sol,
pecas inquietas,
las manos ajetreadas por el trabajo diario,
aunque los nombres varíen los unifica una tierra,  una infancia.

Podría pensarse que son una pequeña isla,
orilleros como le gustaba decir a J.
Con un mismo idioma pero haciéndolo sonar distinto.

Los cubanos  construyen los mejores gustos.
 Los buscan opacos, densos, aromas intensos.
 Rítmicos, como sus pulsos impregnados.

¿Quién pueda leer lo que dicen callando?
 ¿Extrañaran?
 La utopía de iguales, el lazo de las manos y las fuerzas.

No los cruza el mar, y lo saben.
Sólo el agua de vez en cuando los inunda.
Cruzan sus calles y ellos de temprano parecen sonreirle al sol.

 Aunque distante los sigue mirando como antes.

Estarán a gusto?
A veces los miro, les sonrío y quisiera parecerme.
Es que ya lo he dicho, mis rasgos se confunden,
 se confunden y se olvidan.

olvidar es el peor pecado.  

Los otros, con su silbido pequeño
en cada partícula al pronunciar,
pasan por desapercibidos.

 La diferencia al parecer no es tan notoria,
 pero el peso de la historia cae también sobre ellos,
y a veces lamentablemente el desprecio.
Fuerzan sus manos,
arrugan sus ojos, hablan cantando,
una tonalidad alta, con potencia elevada.
Como ellos los otros, aunque en silencio,
 al hablar añoran el espacio, el lugar.

 Y nosotros lo anidamos ignorando su fuerza.

Fuimos lo múltiple, somos lo múltiple, se mezclaron nuestras sangres.
 En ella radica el indio, el mestizo.
 El que peleo en la guerra, el que defendió su tierra.

¿Quién dice donde empiezan y terminan las fronteras?
 Latinoamerica es orillas,
 es cruces,
 es el cruce de San Blas  y  Bolivia.