Ya no se trata de ellos, nombres, máscaras. Ya no me estremecen unas manos, ni una piel. No le temo, ni me hace vibrar una articulación vocálica.
El enemigo, ha pasado a ser mi propio cuerpo, pero ya no es sólo una cabeza maquiníca. Sino un cuerpo, esta vez con órganos. Lleno de ellos, sangrantes, podridos, infectados, suturando.
Se degradan poco a poco, para nadie, para mi. Ya no son sombras, son ropas, las que duelen.
Y los órganos podridos, no dejan de chorrear, sin morir, se denigran en los líquidos que emanan se derraman, para formar nuevos órganos, podridos y sangrantes.