lunes, 30 de marzo de 2020

Parte I -



La escritura es mi terapia desde que era una niña. Recuerdo que en los 90 las nenas acostumbrábamos a tener diarios íntimos. Mi pequeña porción de soledad: un papel. El  cuaderno apropiado para ser un diario generalmente tenía llave. El universo posible era privado y acotado. Nadie podía mirarlo. El único diálogo posible era conmigo.

  No recuerdo que ponía, luego de tantas mudanzas una se acostumbra a no guardar tanto, o a no tenerlo como un capital disponible. Siempre en altillos, en cuartos de desechos, siempre en cajas embaladas.  Cuando pasa el tiempo y los alquileres te das cuenta la acumulación de años, de imágenes y de olvidos. No se  puede recordar al detalle 14 casas, no se puede recordar la secuencia perfectamente. Hago el esfuerzo, ya hay demasiado humo, no puedo hacerlo. No hay precisiones cuando las imágenes de tan móviles se tornan borrosas. No puedo recordar los pasillos, las habitaciones y las diferentes disposiciones con precisión.
   Lo que sí recuerdo con seguridad es en cual tenía habitación propia,  y si había pasto o plantas. También la cantidad de espacios disponibles,  y cuan encerrada o vigilada podía estar.  En casa el cuidado, no era cuidado era vigilancia.
     No había muchos más estímulos que la biblia.  Y todas las otras expresiones estaban atadas a su órbita.  Nada que hubiera alrededor podía estar alejado de la figura de dios. La música quizá era el único lenguaje "permitido" (aunque con restricciones). Siempre hay un instrumental en el que la melodía hace lo suyo y no importa lo dicho.
    Recuerdo que mis momentos de soledad tenían que venir acompañados de la mentira de que me iba a orar. La única forma de poder estar sola habilitada era si en realidad decía que iba a hablar con un tipo imaginario y leer un libro lleno de historias y fábulas.
La única casa estable era la iglesia, de hecho muchos años en mi documento la dirección era la de la iglesia. Nosotros no sabíamos a dónde íbamos a estar. Era el único edificio que conocía a la perfección. Sin embargo hoy ya cambió tanto que mis recuerdos comienzan lentamente      su proceso de descomposición.
Las palabras fueron la creación de un mundo de compañía frente a la invasora soledad. Prácticamente  la escritura es como una forma de apropiarme de la realidad, entenderla y acompañarme. La escritura fue la terapia que nos faltó, la conversación que nos hubiera gustado tener, nuestras propias invenciones para caminar el presente.
Ese diario preferentemente de colores rosas, y rojos. Venía perfumado, al igual que las hojas que comprábamos para escribir cartas. Siempre me gustó escribir cartas, aunque ya era una antigüedad. Hoy sólo queda para los nostálgicos, o para un argumento de película de hollywood. Miles de yo circulan por ahí, un yo adolescente que se la pasaba imaginando el mundo exterior, y que sólo le escribía cartas a gente que veía regularmente.  El gesto de intimidad estaba. Lo que faltaba era la intimidad.
Y eso era sólo posible en mí.

La cuarentena es una metáfora a transitar.
 El gran túnel dónde nos vamos a encontrar nuevamente con nuestros fantasmas,
 caminando solos en el  laberinto de nuestra mente.
 Volvemos a convivir con nuestro propio yo. Uno que no huye, porque no puede.
 Al final,  estamos encerrados en nosotros mismos. 
Encerrados con las historias, con los vínculos, con las angustias y también con las miserias.

Tanta gente en el mismo espacio.
 Las respiraciones y las miradas continuas, enturbian el aire.
Yo que  siempre huyo de la visión ajena  que me escondo y me camuflo entre las formas, de los objetos acumulados en el rincón. Estoy ahí.
 Se que no nos estamos mirando, pero me atormenta que al pasar se crucen nuestros ojos. me atormenta sentir que se  encuentren y atraviesen.

Es que en mi cabeza somos muchas.   En mi cabeza estamos todas. Y es un montón.
Las otras conversaciones que no salen de mi, cuando se superponen, aturden.
Los comentarios al pasar, la necesidad de dialogar, de quitar el silencio, de interrumpirlo. De correrlo de su sitio, de ahí, donde se quiso quedar.
Lo que nadie sabe es que acá nada para. Acá las conversaciones se suceden unas tras otras. Unas y otras dialogan,  sin pausa como un torrente de río que no acaba.
Todo se traduce en palabras, las letras se afirman fuerte, en el silencio que sale.
 De una respiración.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Una aguja finita, diminuta, minúscula se incrusta.
Traspasa la piel, atraviesa las partes, camina recuerdos.

Una aguja como una palabra cortita, chiquita  y sutil se incrusta
traspasa los mares, los libros, los aires.
A traviesa fronteras, distancias, espacios.
Camina momentos. 
Hasta esconderse en un rincón.
Se apilan en algún lugar de la casa,
se ocultan,  para volverlas a encontrar.

Para que otra vez de manera cortita, finita y sutil se vuelvan a incrustar.
Una imagen impacta
se incrusta, atraviesa la garganta
perfora el pecho y se hace hueco.

Traduce la falta
en un sonido que se escapa
solo deja su estela.

Perturba lo amplificador del olvido

El  humo ahogó más que el dolor.
La neblina lo ocupó todo
el aire que se respira
nos distorsionó la mirada y el recuerdo.

En el artificio de la memoria 
se desforman los gestos, se difuminan los brazos
se borran los pasos.
Reorganizamos palabras
aunque no son tal cual fueron dichas.
Les creamos una musicalidad que no es propia.
Las hacemos encajar a nuestro antojo, 
les creamos  un compás, para regresar.
para hacerlo sonar en loop,
para crearnos el matiz por el que pensar, reír y llorar.

Siempre el fragmento de lo real, 
se encarna,  y construye su verdad.
Algo que dominamos y nos domina
Enfrentamos la multiplicidad que somos, 
encerrados en nuestras casas nos encontramos con nuestro enemigo
Coexistimos con nuestra mente 
a la que siempre callamos y manipulamos

¿Cuántas palabras entran en este cuarto de paredes blancas?
Blancas porque rebota más su luz, 
porque nos repitieron hasta el hartazgo "así parecen más amplias"
¿Cuántas palabras ingresan en esta pared blanca?  ¿Que a veces se torna amarilla, cerrándose en sí?
¿Cuántos cuerpos caben en este espacio?
¿Cuántas charlas escupidas al aire? ¿Cuánto humo?
¿Cuánto ahogo?
¿Cuántos poemas no dichos?
¿Cuantos sueños abortados al sacarlos del silencio?
¿Cuántos miedos y cuántas esperanzas?
¿Cuánto cabe en la medida del tiempo hecha paredes?












Somos la herencia maldita
la contaminada
la alienada
la corrosiva.

La soberbia.
La insurrecta.
La acomplejada
y la sumisa.

Estamos en el torbellino de la historia,
en la quebrada.
Dando vueltas a su antojo.

lunes, 16 de marzo de 2020

"me gustas toda"
Hay algo en esa completitud
Un alivio ficticio
Nadie conoce lo acabado
Ni uno mismo

Nosotros que también andamos
Andando
Nosotros, (que)más que nadie nos reconocemos incompletos
Nos reconocemos  la falta

Sabemos que no tiene forma de amor
Y lo sabemos porque lo acariciamos con las manos.
Sentimos su tibieza.
 Pero la huecura fué mayor.
La inseguridad opresiva
Y el descanso incómodo.

Nosotros que andamos  con pie frágil y errante
A veces nos encontramos