Desde que tengo uso de razón me quejo de
las injusticias. Me pasa por el cuerpo, no puedo evitarlo.
Llegué a este momento cuando comencé a
pensarme a amigarme con la construcción de mujer, aunque siempre me rehuse a
que fuera nombrada por otro, que otro sea el que planifique mi vida, defina mis
principios y lo que quería hacer en mi vida. Muchos momentos como muchas de
nosotras los atravesé en profunda soledad. Porque no se podía decir, porque el
deseo era pecado, porque pensar en lo que significaba libertad se fundia en la
mirada de un otro que queria ponerme en un lugar, en un molde que no me
entraba, porque simplemente no quería tener uno.
La literatura me encontró con mujeres, con
nuestra voz y la construcción de nuestra subjetividad, me hermanó con muchas
que no se sintieron comodas con el lugar que se les asignaba. Hoy entiendo en
este proceso que era la resistencia del patriarcado presionando para
silenciarnos, para decirnos que no había un lugar de tomar la voz, siempre
fuimos habladas por otros.
Pasé la adolescencia, entre tabúes,
encierros, miedos, abusos y secretos . Encontré la indiferencia, las espaldas y
la fria respuesta mística de encontrar en una fantasía la cura para ciertas
marcas.
Caminé bastante, siempre aparecía un
alguien para atraerme a la existencia. Y pensar, desarmar como rompecabezas lo
pasado y reconfigurar con optimismo el presente.
Ya más dejando la adolescencia decidí
abrirme camino, imponiendome con fuerza, pero con costos, caros de pagar.
Construía teorías para atravesar mis miedos y superarlos. En el camino comencé
a bucear en mis deseos, no sin el terrible miedo, el terrible miedo que
ejerciendo mi libertad y autonomia alguien pudiera sujetarme nuevamente. Quiera
encerrarme nuevamente en un corset, del que siempre me había intentado liberar.
Eso también era para mi la maternidad. La imposición biológica, yo quería
dentro mío ser otra cosa, sabía que mi capacidad pasaba por otro lado, pero el
único horizonte posible parecía ser ese, el unico destino heredado por la
desgracia de tener útero. La violencia sobre los cuerpos ejercida por los
cuerpos feminizados, los viví lamentablemente demasiado temprano. Y conviví con
ese estigma y ese oscurantismo en el silencio de un baño o una caminata regada
de lagrimas.
También me tocó acompañar a muchas mujeres
que por la contingencia del deseo, quedaron embarazadas, algunas decidieron
continuar, otras no. Siempre supe que era el momento de estar más cerca, porque
esa soledad en vela de no saber que hacer, como tu vida puede cambiar nadie la
puede saber, nadie la puede entender mejor que otra, otra como vos, que la haya
atravesado. Otra que se quizá perdida en sentimientos, no tomó las mejores
decisiones, o simplemente por ser victima de manipulaciones o violencias
secretas. Comprendí a fuerza de experiencias colectivas que el mismo acto que
puede ser de profunda alegría también puede ser de profunda tristeza. Porque la
vida es así contradictoria. Pronto pude advertir que no todos miramos con la
misma lente la realidad, y que sobre todo que el fracaso de haber nacido con
una conformación distinta a la privilegiada, nos colocaba en un lugar de
opresión y de profundo silenciamiento.
El lugar de la mujer siempre fue el
silencio, el de la no voz, la que es dicha por otros, y cuando una quería
infringir esa regla era criticada, porque su voz no era armoniosa, potente y
grave. ¿Quien era ella para tener más caracter que él, o creer que su dicho
pudiera aportar algo que quisiera ser escuchado?
Hoy lloro, mientras leo miles de insultos y
cosas que nos dicen, que nos siguen diciendo, porque una marea de miles de
mujeres incomoda. Pero también veo jovenes, nenas, empoderadas, tomando la voz,
ejerciendo liderazgo, gritando, rehusandose a ser calladas. Hace tiempo que
entendí que mi militancia es por otras, no sólo por mi, a mi me ha dado
perspectiva, me ha dado la contención de entender que somos muchas, pero que
somos fuertes. Veo madres abrazadas a sus hijxs luchando con ellos por una
igualdad, por cambiar el transcurso de las cosas. Porque nunca más toquen a
nuestras nenas, porque nunca más tengan que estar solas o sean condenadas al
silencio, al desprecio y a la soledad.
Nuestra lucha es nuestra, pero es de ellxs,
profundamente, porque días como hoy volvemos a creer que un mundo puede ser
mejor, y que la autonomía del cuerpo y de las libertades no se negocian y se
conquistan. Me encontré con muchos, en este tiempo en un colectivo,
sonriendonos en la complicidad de saber que ese verde era una bandera, una
marca, que decía muchas cosas. Me encontré con mis amigas, las que conocí en el
camino, con las que hemos llorado y hablado de esto que es ser mujeres, y
mujeres en una transición histórica. Aprendiendo mucho de nosotras, de quienes
somos, de quienes fuimos y quienes queremos ser. Deconstruyendonos y ayudando a
deconstruirnos entre todas.
Tomando la posta de las abuelas y las
madres, y construyendo un mundo mejor para las más chicas, aprendiendo en la
lucha y enseñandonos unas a otras.
Somos un colectivo, no estamos nunca más
solas, y hoy gritamos más que nunca, con el grito reprimido de la historia. Que
se gestó en las entrañas, y hoy comienza su alumbramiento.