domingo, 5 de enero de 2020

Ahora le toca a él.

Lo que no entendía él, era que el proceso literario en mi, es inverso.  En el momento lo vivo, lo intensifico, le subo los  niveles lo más que puedo. Luego bajo, y escribo.
Escribo lo que pienso, lo que imagino pero también  la impresión de eso que miro.

Necesito quitar el cuerpo de aquel momento, para procesarlo de manera tal que pueda con eso hacer algo.

El universo de la intensidad fue un poco nuestra historia. Escribo para no olvidar, o para al menos registrar, o narrarme mi propio cuento, que no siempre es tal fiel, pero  sirve a mi propósito.
Cuando estoy triste y sola, soy mucho más productiva.La escritura es el momento de intimidad.
Aunque como otros, a veces lo olvide. A veces olvide el poder que tiene sobre mi. Generalmente cuando  leo luego... me sorprendo de esa que soy.  Todo el tiempo estamos cambiando.
O al menos yo decidí vivir así.  O así me tocó. Vivimos un mundo convulsionado, cómo no estarlo también nosotros?
El amor, supongo es uno de esos grandes enigmas de la vida. Lejos de volverse más sencillo, siempre se vuelve más difícil. Quizá de ahí su atractivo.


 Todo es posible de ser un residuo literario.

Hemos leído hasta el cansancio las versiones masculinas de las versiones de las cosas. Hace poco lloré y me conmoví, sentí el dolor de un tipo que la novia lo dejó. Pero no me ví ahí. Empaticé pero yo no estaba.



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