Pienso, últimamente. ¿Para que mentir? Lo pienso para ser exactos hace unos pocos minutos. Sin embargo tengo la sensación de pensarlo hace tiempo sin poder trasladarlo al lenguaje.
Pienso: "Que los ojos extranjeros miran mejor, porque miran distinto".
Pienso: "Que los ojos extranjeros miran mejor, porque miran distinto".
Nosotros simplemente nos acostumbramos, no notamos la textura, ni los colores, ni los sabores, la complejidad sonora de la que estamos hechos.
Nos arrasa un deseo irreparable de querer devorarlo todo, la ansiedad de consumir ha llegado a ser el germen que corrompe nuestra psiquis. Comemos sin diferenciar, ni percibir las texturas que demolemos con nuestros dientes, ni los sabores que se entrecruzan en la receta que alguien pensó y elaboró para que un instante de olvido y deseo incuestionable nos arrebate una experiencia. Y así transitamos el momento. Ya no lo miramos como nuevo cada mañana, ya no nos atrapa su exotismo, somos un objeto que se junta, con tantos otros en la acumulación sin sentido. Acumulamos objetos, como acumulamos recuerdos, que apilamos en algún rincón del pensamiento.
Nos miramos, nos tocamos ya no como lo nuevo, sino como lo necesario. Y a lo que rápidamente nos acostumbramos. Hay algo de la pérdida del sentido de eso nuevo que se diluye en la compleja repetición.
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