jueves, 14 de junio de 2018

Marea Verde

Desde que tengo uso de razón me quejo de las injusticias. Me pasa por el cuerpo, no puedo evitarlo.
Llegué a este momento cuando comencé a pensarme a amigarme con la construcción de mujer, aunque siempre me rehuse a que fuera nombrada por otro, que otro sea el que planifique mi vida, defina mis principios y lo que quería hacer en mi vida. Muchos momentos como muchas de nosotras los atravesé en profunda soledad. Porque no se podía decir, porque el deseo era pecado, porque pensar en lo que significaba libertad se fundia en la mirada de un otro que queria ponerme en un lugar, en un molde que no me entraba, porque simplemente no quería tener uno.
La literatura me encontró con mujeres, con nuestra voz y la construcción de nuestra subjetividad, me hermanó con muchas que no se sintieron comodas con el lugar que se les asignaba. Hoy entiendo en este proceso que era la resistencia del patriarcado presionando para silenciarnos, para decirnos que no había un lugar de tomar la voz, siempre fuimos habladas por otros.
Pasé la adolescencia, entre tabúes, encierros, miedos, abusos y secretos . Encontré la indiferencia, las espaldas y la fria respuesta mística de encontrar en una fantasía la cura para ciertas marcas.
Caminé bastante, siempre aparecía un alguien para atraerme a la existencia. Y pensar, desarmar como rompecabezas lo pasado y reconfigurar con optimismo el presente.

Ya más dejando la adolescencia decidí abrirme camino, imponiendome con fuerza, pero con costos, caros de pagar. Construía teorías para atravesar mis miedos y superarlos. En el camino comencé a bucear en mis deseos, no sin el terrible miedo, el terrible miedo que ejerciendo mi libertad y autonomia alguien pudiera sujetarme nuevamente. Quiera encerrarme nuevamente en un corset, del que siempre me había intentado liberar. Eso también era para mi la maternidad. La imposición biológica, yo quería dentro mío ser otra cosa, sabía que mi capacidad pasaba por otro lado, pero el único horizonte posible parecía ser ese, el unico destino heredado por la desgracia de tener útero. La violencia sobre los cuerpos ejercida por los cuerpos feminizados, los viví lamentablemente demasiado temprano. Y conviví con ese estigma y ese oscurantismo en el silencio de un baño o una caminata regada de lagrimas.
También me tocó acompañar a muchas mujeres que por la contingencia del deseo, quedaron embarazadas, algunas decidieron continuar, otras no. Siempre supe que era el momento de estar más cerca, porque esa soledad en vela de no saber que hacer, como tu vida puede cambiar nadie la puede saber, nadie la puede entender mejor que otra, otra como vos, que la haya atravesado. Otra que se quizá perdida en sentimientos, no tomó las mejores decisiones, o simplemente por ser victima de manipulaciones o violencias secretas. Comprendí a fuerza de experiencias colectivas que el mismo acto que puede ser de profunda alegría también puede ser de profunda tristeza. Porque la vida es así contradictoria. Pronto pude advertir que no todos miramos con la misma lente la realidad, y que sobre todo que el fracaso de haber nacido con una conformación distinta a la privilegiada, nos colocaba en un lugar de opresión y de profundo silenciamiento.

El lugar de la mujer siempre fue el silencio, el de la no voz, la que es dicha por otros, y cuando una quería infringir esa regla era criticada, porque su voz no era armoniosa, potente y grave. ¿Quien era ella para tener más caracter que él, o creer que su dicho pudiera aportar algo que quisiera ser escuchado?
Hoy lloro, mientras leo miles de insultos y cosas que nos dicen, que nos siguen diciendo, porque una marea de miles de mujeres incomoda. Pero también veo jovenes, nenas, empoderadas, tomando la voz, ejerciendo liderazgo, gritando, rehusandose a ser calladas. Hace tiempo que entendí que mi militancia es por otras, no sólo por mi, a mi me ha dado perspectiva, me ha dado la contención de entender que somos muchas, pero que somos fuertes. Veo madres abrazadas a sus hijxs luchando con ellos por una igualdad, por cambiar el transcurso de las cosas. Porque nunca más toquen a nuestras nenas, porque nunca más tengan que estar solas o sean condenadas al silencio, al desprecio y a la soledad.

Nuestra lucha es nuestra, pero es de ellxs, profundamente, porque días como hoy volvemos a creer que un mundo puede ser mejor, y que la autonomía del cuerpo y de las libertades no se negocian y se conquistan. Me encontré con muchos, en este tiempo en un colectivo, sonriendonos en la complicidad de saber que ese verde era una bandera, una marca, que decía muchas cosas. Me encontré con mis amigas, las que conocí en el camino, con las que hemos llorado y hablado de esto que es ser mujeres, y mujeres en una transición histórica. Aprendiendo mucho de nosotras, de quienes somos, de quienes fuimos y quienes queremos ser. Deconstruyendonos y ayudando a deconstruirnos entre todas.
Tomando la posta de las abuelas y las madres, y construyendo un mundo mejor para las más chicas, aprendiendo en la lucha y enseñandonos unas a otras.

Somos un colectivo, no estamos nunca más solas, y hoy gritamos más que nunca, con el grito reprimido de la historia. Que se gestó en las entrañas, y hoy comienza su alumbramiento.

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